Cecilia Strzyzowski salió de su casa el viernes 2 de junio de 2023. Tenía una mochila liviana, unos auriculares y una promesa: viajar al sur del país con su pareja, César Sena. Cruzó la ciudad de Resistencia rumbo a la casa de sus suegros. Desde entonces, nadie volvió a verla.
Por Patricia Muñoz

Han pasado dos años. En ese tiempo, el caso se transformó en uno de los crímenes más impactantes de la historia reciente del Chaco. No sólo por la brutalidad del hecho, sino porque puso bajo la lupa a una de las familias más poderosas del entramado político y social de la provincia. O al menos, eso es lo que se dice.
El apellido Sena no era ajeno para nadie en la ciudad. Emerenciano, Marcela y su hijo César encabezaban un movimiento social con presencia territorial, estructura política y vínculos directos con el poder. Pero esa mañana de junio, todo cambió. El asesinato de Cecilia quebró el blindaje.
El silencio y la evidencia
La investigación avanzó en tiempo récord. Cámaras, celulares, testimonios y pericias armaron el rompecabezas de una escena sin cuerpo, pero con pruebas demoledoras: Cecilia fue asesinada en el interior de la vivienda familiar de los Sena. Su cuerpo fue calcinado. Restos óseos y rastros de sangre, esparcidos en distintos puntos de la ciudad, fueron suficientes para imputar a toda la familia.
César fue acusado como autor del femicidio. Sus padres, como coautores. Cuatro personas de su círculo de confianza están procesadas por encubrimiento agravado.
A pesar de los intentos de la defensa por dilatar el proceso, la Justicia cerró la etapa de instrucción. El juicio por jurados se celebrará este año. Será un proceso inédito en la historia judicial chaqueña: una familia entera sentada en el banquillo, acusada de matar y desaparecer a una joven en pleno siglo XXI.

La madre que no se calló
Si hubo una voz que rompió el silencio, fue la de Gloria Romero, la madre de Cecilia. Desde el primer día exigió verdad, recorrió tribunales, marchó por las calles, habló en medios de todo el país. Convirtió el dolor en bandera. “Me mataron a mi hija, pero no me van a matar el alma”, dijo más de una vez.
La causa, además, se convirtió en símbolo. Hubo movilizaciones, intervenciones artísticas, declaraciones públicas, campañas de acompañamiento. El nombre de Cecilia fue pintado en paredes, carteles, pañuelos, redes sociales. Una sociedad que alguna vez miró para otro lado, esta vez no lo hizo.

La cuenta pendiente
El femicidio de Cecilia Strzyzowski no fue sólo un hecho criminal. Fue, también, un golpe a la conciencia colectiva de una provincia marcada por desigualdades, silencios cómplices y estructuras de poder opacas.
A dos años, el juicio aparece como una deuda impostergable. Un momento bisagra. Un punto de inflexión para que el crimen no quede impune y para que el dolor se transforme, al menos, en justicia.
Mientras tanto, su madre sigue esperando. Y una sociedad entera, también.
