El pasado 7 de julio, el Centro Cultural Ítalo Argentino, dependiente del Instituto de Cultura del Chaco (ICCH), cumplió doce años trabajando en el acceso a la cultura, impulsando la descentralización y la democratización de los derechos culturales para todas y todos los chaqueños.
Desde sus inicios, el Ítalo Argentino fue pensado como un espacio de desarrollo de los jóvenes, considerados como sujetos y protagonistas de las políticas públicas.
Su actual directora Claudia Margosa destacó la importancia de diseñar políticas culturales en los barrios en medio de la pandemia de Covid-19.
«Son doce años de construir un centro cultural ubicado dentro de un barrio, pero que a su vez, alrededor de él, confluyen otras comunidades barriales. Cada una de estas comunidades es muy diversa en todo sentido. Pero tienen en común la necesidad de participar activamente en las actividades culturales y artísticas que proponemos desde ahí.
Este centro cultural tuvo un inicio particular: era un espacio físico que estaba totalmente desaprovechado, así que un grupo de profesoras y profesores de distintas disciplinas artísticas tomaron la decisión de convocar al Instituto de Cultura para que diera su apoyo. Las primeras charlas sobre ese espacio tenían la intención de llenarlo de un valor cultural, comunitario y vecinal. Así surgió el Ítalo Argentino que hoy se conoce.
Desde entonces se comenzó a caminar el barrio, a ponerse la camiseta del centro cultural, con lo que eso significa, un caminar rodeado de barrios diversos. Fue un gran desafío guiado por un objetivo común, bajo el entusiasmo colectivo de sacar adelante ese espacio. Por ello, cada una y uno de los actores tuvieron un rol significativo en lo que hoy es el Ítalo», recordó la génesis de este espacio.
Asimismo, Margosa explicó el proceso para dotar de contenido el espacio: «Estamos muy atentos a varios intereses que nos delimitan las acciones. Porque tenemos en cuenta no solo el público del barrio, sino también el de la periferia. Y esta es una particularidad de este centro cultural: al tener otras comunidades alrededor, las propuestas que hacemos deben ser versátiles para la diversidad de asistentes que tenemos.
Cuando diseñamos políticas culturales en el barrio, tenemos en cuenta las demandas de las personas que asisten cotidianamente al centro cultural. Estamos hablando de familias completas que asisten durante todo el año. Entonces ellos tienen un tipo de vínculo, de trato con el espacio. Eso por un lado. Y por otro está este ingrediente diverso de grupos de personas que vienen de otros barrios, y cuando digo otros barrios, me refiero incluso a localidades alejadas de ahí como Fontana, Barranqueras, Tirol, Vilelas o del microcentro de Resistencia.
La variedad es maravillosa, y eso lo logra el arte. A través de estas artes podemos dialogar sobre cómo nos volvemos sujetos de derechos, y como tales tenemos la posibilidad innegable de estar, vivenciar o hacer arte. Lograr que las propuestas artísticas hagan su magia es la manera de plasmar esas políticas culturales.
También hay ejes específicos que nos interesa trabajar, con propuestas reflexivas, que nos interpelen, que nos abran puertas, y tiene que ver con todo lo que es género. Son líneas de trabajo para evitar la violencia, la discriminación y los estigmas. Por eso abordamos mucho las temáticas de género de diferentes maneras, como por ejemplo, y sin separarnos de las propuestas de género, abordamos lo étnico-racial.
Y acá es importante marcar también la interculturalidad que tenemos en el Chaco, pensando a nuestra provincia como pluralidades de todo tipo. Sabemos que falta mucho por trabajar todavía, pero también vemos los buenos resultados y avances que estas propuestas tienen en las comunidades.
Cuando hablamos de políticas culturales en los barrios tenemos que desarmar la misoginia, debemos desarmar la homofobia, tenemos que desarmar el racismo. Tenemos que desarmar tantas cosas que vemos cotidianamente en el trato: comentarios, acciones, expresiones de agresión y violencia sobre todo hacia las mujeres, las identidades femeninas y las comunidades indígenas», destacó.
En cuanto a los desafíos que impuso la pandemia, la directiva reconoció: «Todavía nos estamos acomodando, vamos probando qué sirve, qué funciona. Hay una negación bastante fuerte a la virtualidad. Como tenemos una población bastante escolar (hablamos de niños, niñas y adolescentes que asisten a la escuela), realmente están saturados de la virtualidad.
Hemos trabajado de forma presencial con las burbujas, pero hay una baja importante de esa población cuando se trata de propuestas virtuales. Siempre tratamos de ocupar las redes, que no dejan de ser un lugar de escape».
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