Tras el anuncio de las nuevas medidas contra la segunda ola del coronavirus, muchos podrían creer que todo está como hace un año atrás. Sin embargo, viendo la realidad no como una foto, sino más bien como una película, podemos señalar enfáticamente que el escenario cambió
La temida segunda ola de la pandemia llegó finalmente a la Argentina. En sintonía con lo que viene sucediendo en el resto del mundo, y ante el manifiesto incremento de la cantidad de casos por coronavirus registrados diariamente y la aparición de nuevas cepas y mutaciones del temido virus, el presidente Alberto Fernández anunció, el pasado miércoles, nuevas medidas que buscan estimular el mayor aislamiento social posible a través de fuertes restricciones a la circulación, la utilización del transporte público, y las actividades que generan concentración de gente.
Quienes ven la foto de hoy podrían verse tentados -intencional o inconscientemente- a caer en la superficialidad de plantear que estamos ante dos «cuarentenas» iguales, que se ha retrocedido y que, ya sea fruto de una mala gestión de la pandemia por parte de las autoridades o de la futilidad de los esfuerzos que colectivamente hemos hecho la gran mayoría de los argentinos, todo está como hace un año atrás.
Sin embargo, viendo la realidad no como una foto sino más bien como una película, podemos señalar enfáticamente que el escenario cambió. Y que, más allá de lo que falta y de los desafíos que tenemos por delante, es posible mirar el futuro con moderado optimismo.
Hace un año asumía un nuevo gobierno con una agenda que a poco de andar se vio fuertemente alterada por una inédita pandemia global que obligó a realizar un giro copernicano en lo que respecta a las prioridades y demandó enormes esfuerzos de coordinación interinstitucional e interjurisdiccional en un país poco adepto a dejar mezquindades y egos de lado en pos de la construcción de grandes consensos.
Hace un año no había vacuna; hace un año no sabíamos todo lo que sabemos hoy del virus en términos de prevención, contagio, cuidados y síntomas. Y, hace un año, no estábamos atravesando las vicisitudes de un año electoral.
Estos, entre otros factores no solo son un llamado de atención para evitar las interpretaciones superficiales sobre el momento que nos toca atravesar, sino también una convocatoria al conjunto de la clase política sobre la toma de conciencia de las particularidades de este nuevo escenario y, sobre todo, de la responsabilidad a la que tanto oficialismos como opositores debieran apelar para enfrentar con éxito los desafíos que de él se desprenden.
Los aprendizajes de un año «perdido»
Existe una tendencia extendida en la personas a sobreestimar el éxito. Sólo nos sentimos realizados si alcanzamos los objetivos que nos habíamos planteado. Sin embargo, aún de situaciones en donde el éxito nos fue esquivo o no estuvo al alcance de nuestras posibilidades, se puede tener un beneficio intangible, incluso más valioso a largo plazo que un coyuntural y efímero resultado positivo. Me refiero al aprendizaje. Así lo esgrimía el decano de la consultoría política Joseph Napolitan al señalar que «se puede aprender mucho de una derrota que de los triunfos». Lo mismo ocurre con este fatídico año que pasó.
2020 ha sido para la inmensa mayoría de países un año perdido en términos económicos y sociales. El PBI mundial ha caído alrededor de 7% y la humanidad ha lamentado la muerte de 2 millones de personas a manos de este sorpresivo virus. Sin embargo, la mayoría de los países han aprendido valiosas lecciones.