En tiempos de pandemia los gobernantes deberían tener prohibidas las encuestas, las redes sociales, los diarios y la televisión. Todos esos factores distorsionan, confunden y nublan el foco.
El marco de decisión deberían ser los índices sanitarios, los papers científicos y, los datos sociales y económicos. Argentina enfrenta la segunda y más cruda ola de Covid con una clase dirigente ególatra, miope y miserable. Pretender que la Corte Suprema de Justicia dirima a destiempo las diferencias metodológicas para enfrentar a la peste, el único adversario real que tenemos todos en este momento, es absurdo, frustrante y delata el grado de egoísmo electoral que los moviliza.
Estamos en guerra y los generales aliados en el frente de batalla pelean entre ellos. La tropa mira absorta la escena. La angustia los atrapa. El enemigo avanza.
Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta se enamoraron de las encuestas el año pasado cuando en la primera ola de la pandemia sus índices de popularidad rompieron todos los pronósticos. Alrededor del Presidente reconocen hoy que fue esa borrachera numérica lo que extendió la cuarentena más allá de lo aconsejable y aguantable para la sociedad y para la economía. Un error que aún no fue reconocido en público por el Gobierno y que, quizás, le daría un contexto más realista y humano a las nuevas medidas.
Hoy es Larreta el que parece extasiado con los porcentajes. No de contagios ni de muertos, sino con el grado de aprobación que la falaz dicotomía entre salud y educación provocó entre los votantes.
Los números están sobre el escritorio del jefe de Gobierno. El 82,5% de los votantes macristas rechaza las nuevas restricciones del DNU presidencial. Mientras que «solo» el 65,6% de los votantes del Frente de Todos aprueban las medidas.
Como toda encuesta encargada, en este caso a Management & Fit, las preguntas promueven cierta tendencia. Indagar sobre si el encuestado está de acuerdo o no, como dijo Larreta, con que Fernández impuso nuevas restricciones porque no consiguió más vacunas a tiempo es un atentado a la inteligencia. Así y todo, en el universo de fanáticos, unos titulan esa fílmica de la encuesta como «credibilidad de Larreta», y encima hay otro universo de fanáticos, seguramente antimacristas, el 33,2% de los entrevistados, que dice que Larreta miente.
Está claro que si estuviéramos todos vacunados a nadie se le ocurriría cerrar los colegios, ¿no? Entonces, ¿por qué gastan plata para preguntar obviedades? Hoy los puentes entre Nación y Ciudad están cortados. Hay dialoguistas en ambos bandos. Pero ninguno está dispuesto a quemarse porque los que se mantienen inalterables con sus respectivas posturas son los protagonistas.
Lejos de dar marcha atrás con sus medidas, el Presidente ya analiza más restricciones en función del panorama que le esbozaron el viernes por la noche Axel Kicillof y Nicolás Kreplak. Y, una vez más, contra toda regla de convivencia política, no tiene previsto ni consensuar con Ciudad ni avisar antes del tradicional comunicado televisivo.
Alberto está convencido de que a Larreta lo conduce Mauricio: «No puedo acordar medidas con él porque él hace lo que Macri le marca hacer. Y Macri apuesta a que todo explote», resume ante cualquier intento celestino. Postura irreductible y a su vez contradictoria para alguien que sufrió en carne propia que lo ningunearan tratándolo como títere.
En Parque Patricios las cosas no están mucho mejor. Los mediadores de Horacio no quieren mover fichas porque aún no hay mandato claro de hasta dónde ceder. Los días pasan y mientras las encuestas favorecen a rabiar al jefe de Gobierno, los números de la pandemia empiezan a ser balas que pican cerca. El viernes por la noche había 20 ambulancias de prepagas dando vueltas por la ciudad buscando camas para Covid. Dos pacientes terminaron entubados. El problema central hoy no son las camas para pacientes que sólo requieren medicación o tubo de oxígeno, sino las camas de terapia intensiva y falta poco para que el estado sea crítico.
Cauto y ensimismado, el ministro Fernán Quirós optó por evitar las controversias políticas y puso a su vice, Daniel Ferrante, como interlocutor con provincia. La movida generó suspicacias que fueron rápidamente desestimadas.