Equipo (de un) chico fue River. De un chico que se recibió de grande jugando un partido soñado. Porque Julián Álvarez, talento precoz que a los 18 había asomado su desfachatez en la final de Madrid, tres años después rindió la última materia para diplomarse de crack. Y para hacer que el quinto River-Boca del 2021 se haya ganado un lugar en la memoria colectiva de los hinchas millonarios como el superclásico de Julián.
Un partido que se quebró en un minuto. Entre los 14 y los 15 del primer tiempo, cuando dos patadas a destiempo de un Marcos Rojo que se había empecinado en copar la parada derivaron en un cartón del color de su apellido bien mostrado por Rapallini. No alcanzó ese cuarto de hora, entonces, para certificar si los equipos estaban tan igualados como había diagnosticado Gallardo ni para comprobar si los de Battaglia iban a adoptar una postura más protagónica que sus pragmáticos antecesores. Sobaron los 75 restantes para advertir una abrumadora superioridad de River que no sólo le ganó a Boca por primera vez en el Monumental en el ciclo Gallardo, le birló el invicto al flamante entrenador rival y se acomodó la chapa de candidato que ya traía sino que, al mismo tiempo, se dio el gusto de regalarles una vuelta a las tribunas a sus hinchas que quedará para la historia.
Equipo (de un) chico fue River. De un chico que se recibió de grande jugando un partido soñado. Porque Julián Álvarez, talento precoz que a los 18 había asomado su desfachatez en la final de Madrid, tres años después rindió la última materia para diplomarse de crack. Y para hacer que el quinto River-Boca del 2021 se haya ganado un lugar en la memoria colectiva de los hinchas millonarios como el superclásico de Julián.
Un partido que se quebró en un minuto. Entre los 14 y los 15 del primer tiempo, cuando dos patadas a destiempo de un Marcos Rojo que se había empecinado en copar la parada derivaron en un cartón del color de su apellido bien mostrado por Rapallini. No alcanzó ese cuarto de hora, entonces, para certificar si los equipos estaban tan igualados como había diagnosticado Gallardo ni para comprobar si los de Battaglia iban a adoptar una postura más protagónica que sus pragmáticos antecesores. Sobaron los 75 restantes para advertir una abrumadora superioridad de River que no sólo le ganó a Boca por primera vez en el Monumental en el ciclo Gallardo, le birló el invicto al flamante entrenador rival y se acomodó la chapa de candidato que ya traía sino que, al mismo tiempo, se dio el gusto de regalarles una vuelta a las tribunas a sus hinchas que quedará para la historia.
Dirá el tiempo si los libros también recordarán este duelo del 3 de octubre del 2021 como el último del Muñeco, aunque una cosa es segura: la recopilación del dorado período de este equipo de época celebrará estos 90 minutos que desbordaron de fútbol como las tribunas de espectadores.
Si Julián fue autor material de esta victoria y Rojo partícipe necesario, Agustin Rossi sin dudas fue cómplice. Porque además de devorarse la extraña parábola del remate del 9 que presagió la fiesta, también contribuyó con su mala salida con los pies para que el anticipo de Casco y su posterior pared con el pibe Simón (otro que juega simulando tener muchos más años que los que registra su DNI) terminara con ese delicioso tic pegado a un palo de la por escándalo figura del show. Un espectáculo tal como esperaba el Muñeco, acaso premonitoriamente vestido para salir a escena con esa corbata labrunesca que para colmo le agregó otra pizca de sabor con ese guiño con la gloria.
De tan definido que estuvo en todo momento el juego, después de haberlo hecho con Angelito, Gallardo aprovechó para homenajear a Bielsa y sacó a un Carrascal al que había hecho ingresar en el primer tiempo por un tocado Romero y que durante los cincuenta y pico de minutos que estuvo en cancha sacó todos los boletos para ganarse la reprimenda. Si el 10 fue displicencia, Rojas fue la contracara: pura concentración para demostrar que aprendió la lección que su entrenador le dio en La Boca. Exceptuando al colombiano, el paraguayo y el resto de sus compañeros hicieron todo lo posible para gritar el tercero que tantos buenos recuerdos le trae a este equipo y que le hubiese quedado más acorde a la distancia futbolística que se vio en Núñez. No pudieron el inentendible Chiche, ni Simón, ni Angileri.
El negado 3 a 0 terminó siendo un 2 a 1 por la vergüenza deportiva de un Boca que en su cuarto tiro al arco logró un descuento que no tuvo relación con lo que River le dejó mostrar. Con uno menos, habiendo sacrificado a Cardona y vapuleado por el toqueteo rival, tuvo su pequeño consuelo.
La alegría fue toda millonaria.
(Olé)