Luciana García no solo se consagró campeona nacional de judo en el certamen realizado en Santiago del Estero, sino que también transmite, con sorprendente madurez, los valores que esta disciplina le inculcó desde muy pequeña. Entrena desde los 2, inspirada por su padre y actual entrenador, Gustavo García, quien además dirige la Academia Okasan Dojo en Resistencia.
«El dojo es como mi casa», afirmó Luciana. «Estoy casi todo el día ahí. Entreno una o dos horas por día, todos los días. En el dojo nos cuidamos entre todos: los más grandes con los más chiquitos, y los más chiquitos con los más grandes. Nadie queda excluido», dijo.
La pequeña judoca comenzó a entrenar casi al mismo tiempo que a caminar. «Desde chiquita me gustó esta disciplina porque mi papá entrenaba y enseñaba», relató en declaraciones a Radio Libertad. «Esta disciplina es muy amistosa. Siempre digo que la lucha dura un rato en el tatami, pero después somos todos amigos», agregó.
Gustavo, su padre, no es solo su guía técnico, sino también el alma de un proyecto pedagógico que va mucho más allá de lo deportivo. «El dojo es un espacio para el crecimiento personal. Toda nuestra metodología está pensada para el desarrollo integral de las personas. La competencia es una consecuencia, pero primero trabajamos en formar personas», explicó.
Asimismo, destaca que el entrenamiento comienza desde edades tempranas -a partir de los 4-, y se basa en una estructura que prioriza el juego, el respeto, el orden y la disciplina. «Se empieza jugando, incorporando elementos del desarrollo psicomotriz que más adelante permitirán, si se desea, acceder a la competencia», dijo.
En otra parte del diálogo, Luciana destacó que, más allá del esfuerzo físico, el judo enseña valores fundamentales: «Ahí aprendemos a ser puntuales, a respetarnos. Es un lugar muy lindo donde todos se cuidan entre todos. Todos somos amigos en el dojo, nadie es apartado».
La academia que dirige Gustavo funciona como una verdadera familia ampliada. «Tenemos personas con discapacidad visual entrenando junto con el resto. Es un espacio común para todos, sin importar la edad o la experiencia. Todos conviven, se cuidan y se protegen. Para nosotros, eso es clave», explicó el entrenador.
El paso de la práctica recreativa a la competencia implica un nivel de exigencia mayor. «No todos tienen el temperamento para competir. La competencia requiere esfuerzo, constancia y también el compromiso de las familias, porque implica viajes, entrenamientos en doble turno y preparación física específica», señaló Gustavo. «Luciana entrena todos los días y hace doble turno al menos tres veces por semana. También cuidamos la nutrición y el descanso, porque todo forma parte del proceso», relató.
Por otro lado, Luciana aseguró que disfruta de ese ritmo: «Me gusta. Tal vez no me junte con mis amigas todos los días, pero en el dojo juego con mis amigos cuando llegamos temprano. Ahí jugamos antes de la clase», cuenta entre risas. «Es lo más divertido».
En otro punto, Gustavo subrayó que incluso las clases están diseñadas con un espacio previo para la socialización y el juego. «Así también se disfruta más el aprendizaje. Incluso los más grandes terminan las clases cansados, pero con una sonrisa».
El impacto del judo trasciende. «Todo lo que uno aprende se traslada a la vida. El judo nos fortalece, nos da seguridad, nos forma como buenos ciudadanos», dice y agrega: «Tenemos un lema: muchas veces hacemos cosas que no nos gustan porque nos toca hacerlas. Pero si logramos potenciar aquello que sí nos gusta, como el judo, eso nos da fuerzas para todo lo demás. El judo nos enseña a caer y volver a levantarnos sin miedo. Y esa es una gran lección para la vida».
