La Ciudad Sagrada era un desierto cuando Donald Trump terminó su discurso en la Casa Blanca describiendo el ataque que había autorizado contra la iniciativa nuclear de Irán.
El Gobierno de Israel ya había ordenado la suspensión de todas las actividades publicas y solicitaba la cercanía de los refugios frente a un ataque iraní que era inmediato.
Estados Unidos había destruido el proyecto geopolítico más importante del régimen fundamentalista y la reacción de los ayatollahs no esperaría mucho tiempo.
A pocas cuadras del Muro de los Lamentos está un shopping que es paseo obligado durante el fin de semana. En la mañana del domingo, todos los negocios estaban cerrados, mientras agentes de civil monitoreaban los alrededores.
La calle serpenteante del shopping conecta con la Puerta de Jaffa, en la Ciudad Vieja. Ese lugar clave de la historia de Jerusalén siempre repleto de turistas, vendedores y guías profesionales. Pocos minutos antes del ataque iraní, ya estaba vacío y silencioso.
Cerca de las ocho de la mañana, el cielo azul mostró a los misiles lanzados desde Irán y la respuesta de la Cúpula de Hierro, que protege el espacio aéreo de Israel.
En apenas 10 minutos, 30 misiles balísticos iraníes cayeron en territorio israelí. Mientras las sirenas aturdían, la respiración se entrecortaba.
Con las sirenas sonando y los misiles cayendo, los refugios se ocuparon al instante. Hasta los perros buscaron un lugar para enfrentar la amenaza aérea de los ayatollahs.
La tensión en Jerusalén es constante porque no se trata de enfrentar únicamente un ataque iraní de 30 misiles balísticos.
El régimen chiita tiene proxies terroristas en Gaza, Líbanos, Irak y Yemen, que pueden atacar con sus propios misiles o lanzar operaciones suicidas en todo Israel.

Las calles, los colectivos y los bares pueden ser una trampa mortal, y esta posibilidad -probada en otras oportunidades- transforma a un simple transeúnte en un sospechoso terrorista que responde a las órdenes del líder religioso Ali Khamenei.